Chihuahua, Chih.
A casi dos semanas de la devastación de Acapulco, a causa del huracán Otis, los rostros de las tragedias nos azotan en la cara.
No se trata solamente de la de las miles de víctimas de los residentes del puerto, sino porque en muchos sentidos es la nuestra.
Acapulco era, en muchos aspectos -quizá en todos-, la vívida imagen del país en el presente siglo.
Es territorio de los más grandes contrastes, de los más agudos extremos de la vida social.
La más extrema de las pobrezas y la no menos extremosa riqueza cohabitaban ahí, pero ambas bajo la tutela de los peores rasgos de la vida mexicana, en la que la violencia, la corrupción gubernamental y privada se codeaban con el crimen organizado y la sempiterna ineficiencia de la clase política.
No solo eso, si debiésemos buscar un sitio en el que la voracidad empresarial y la corrupción gubernamental se entrecruzaran de la «mejor» manera para atentar contra la naturaleza, en aras de las mayores ganancias, es -fue- Acapulco.
¿Hay otro lugar que supere a Guerrero, en el que la represión gubernamental y militar se haya ejercido de peor manera que en esa entidad, y se haya hecho en contra de poblaciones enteras a lo largo de muchos años?
¿Hay otra entidad que la supere, en la evidencia plena de la estrecha cercanía de elementos de la clase política gobernante, con renombrados integrantes del crimen organizado?
Por desgracia, compite con otras en los niveles de los grados de extorsión sufridos por la población a manos del crimen organizado; y en la misoginia y homofobia prevalecientes en la sociedad.
Por otra parte, sólo compite con Oaxaca, Chiapas y Veracruz en la pobreza extrema.
También, pocos lugares turísticos competían con Acapulco en la exquisitez de sus paisajes y escenarios, así como en el boato de los usuarios de las zonas turísticos de alto impacto.
Los más ricos empresarios mexicanos ahí tenían sus casas de recreo.
Los más pobres de Acapulco les hacían posible su disfrute.
Los más poderosos empresarios, pero también la inmensa población del centro de México, lo hicieron, durante largas décadas, el sitio favorito para vacacionar, también las más modestas familias -las que podían pagar desde el más económico transporte y usar alguno de los hoteles más baratos- y hasta la creciente clase media, que abarrotaba todo lo que fuera posible ocupar en esos períodos y, con ello, inyectarle a la economía acapulqueña ingentes recursos.
Si había un lugar en el que el fracaso del Estado Mexicano en seguridad pública era -es- evidente, es Guerrero y, en lugar preferente, Acapulco.
Hoy, esa ciudad, que generaba el 60% de la economía del estado y que, de ella, el 80% la otorgaba la actividad turística, está colapsada.
Tampoco, ninguna otra ciudad podrá competirle, en su calidad de víctima, en la incapacidad e ineficiencia mostrada por el actual grupo gobernante encabezado por el presidente López Obrador.
Como en muy pocas ocasiones un mandatario mexicano había mostrado tan palmarias evidencias de su incapacidad y de su absoluta falta de empatía; empeñado, a costa de lo que sea, en impedir que algo o alguien «enturbie» su imagen.
Por desgracia, una fotografía retratará a su gobierno: La del presidente con vestimenta formal a bordo de una camioneta militar atascada en el lodo del camino, dirigiéndose a Acapulco, a horas de la tragedia.
Más aún, que desapareciera de la escena pública durante 10 horas.
¿Qué hizo el presidente más mediático de la historia en ese lapso, justamente cuando una inmensa tragedia se abatía sobre los acapulqueños?
¿Por qué no salió a enviar un mensaje de aliento y esperanza a quienes perdieron todo?
¿Cómo fue que se atrevió a poner en grave riesgo al país, al concentrar en una desvencijada camioneta a los responsables de la seguridad pública y la seguridad nacional del país, cuando pudieron viajar en los modernos y seguros helicópteros de las fuerzas armadas; llegar en cuestión de minutos al puerto, y desde ahí comandar las operaciones de rescate y sobrevivencia de su gobierno?
¿Dónde está la evidencia de la presencia del presidente, ahí en donde se requería urgentemente?
¿Por qué, de ser cierto que fue a Acapulco en esas horas, la ida la hizo por tierra y el regreso en helicóptero?
¿Porque requería, en términos político-electorales, las fotos de las camionetas en el lodo?
No hay justificación posible a la indolencia gubernamental. Al contrario, existe la suficiente evidencia de que se minimizó la dimensión del meteoro que se abatiría sobre Acapulco, con lo que impidieron la toma de decisiones y medidas que pudiesen atenuar las consecuencias de la llegada de Otis.
En el Servicio Metereológico Nacional tuvieron la información puntual, en tiempo real, del Centro Nacional de Huracanes de EU, cuyas alertas debieron echar a andar los protocolos de protección civil, de Guerrero y del gobierno federal, así como la movilización de las fuerzas armadas, por lo menos 24 horas antes de la entrada a tierra de Otis.
Más de uno dirá que se supo de su tremenda fuerza sólo hasta 10 horas antes, cuando tenía categoría de 3, casi 4.
De todos modos, estas categorías producirían enormes desastres, no de la magnitud de la que ahora hablamos, pero había la certeza arribaría a tierra con categoría 2, por lo menos.
Sí se necesitase una prueba de la grave irresponsabilidad de los gobernantes, baste señalar que la inauguración de la Convención Internacional Minera 2023 se efectuó a cuatro horas de la llegada de Otis ¡Cuando Otis «ya era categoría 4», con vientos entre 178 km/h y 208 km/h y las rachas superaban los 250!. (Nota de Luis Carlos Valdés, Milenio, Acapulco, Gro., 25/10/23)
Es demencial el grado de irresponsabilidad: La convención fue inaugurada por el ¡Secretario de Gobierno del estado, porque la gobernadora Evelyn Salgado estaba en Nayarit en esos días!
Los asistentes ¡eran 10 mil personas, entre ellas las delegaciones de los inversionistas mineros asentados en Chihuahua y de las universidades públicas de Chihuahua, la UACJ y la UACH!
¿Porqué no la cancelaron, o pospusieron por lo menos y enviaron a los asistentes, con antelación, a sus hoteles o a los refugios y darles las indicaciones necesarias para momentos como esos?
Ninguna autoridad, de ninguno de los niveles de gobierno había lanzado -y/o puesto en funcionamiento- las alertas y medidas necesarias para hacerle frente.
Pareciera ser el modus operandi de la actual administración, caracterizada por la improvisación, la minimización de los hechos, con la desatención y el desapego a las necesidades de la vida económica y social de una sociedad moderna como la nuestra.
La tragedia acapulqueña no está tan lejos de Chihuahua, en las características del gobierno de la 4T arriba mencionadas.
Señalemos «sólo» algunos casos:
Primero, ante la ola homicida -que no nos deja hace dos décadas- y la ahora crisis del fentanilo nada nuevo ha hecho el gobierno de la 4T, diferente a lo realizado por sus dos inmediatos predecesores.
Segundo, ante las previsibles oleadas de migrantes no efectuó medidas efectivas, ni movió los recursos necesarios, incluyendo los económicos, a fin de hacerle frente a las necesidades de los migrantes y autoridades locales.
El colmo fue el incendio del albergue para migrantes del 27 de marzo pasado. El jefe del Instituto Nacional de Migración, antiguo amigo del presidente, continúa impertérrito en su puesto.
Más.
Ante las medidas aplicadas -en dos distintos momentos- por el gobierno de Texas, que incrementaron los tiempos de revisión de los trailers, en respuesta al aumento de migrantes llegados a ese estado, que originaron graves quebrantos en el intercambio de mercancías, nada hizo el gobierno de la república.
Y lo último, el abrupto recorte al presupuesto federal destinado al mantenimiento y rehabilitación de las carreteras federales, la principal de las cuales permite el ingreso de decenas de miles de paisanos a nuestro país, especialmente en el fin del año, lo que acarrea excelentes ingresos económicos, no solo a Chihuahua, sino a las entidades originarias de ellos y que auspicia el desarrollo de las actividades económicas, fuente de la recaudación federal y estatal.
No pasa nada.
Así que por los antecedentes, poco pueden esperar los guerrerenses en la reconstrucción.
En Acapulco se necesitan emplear sumas millonarias, de miles de millones de pesos para garantizar de inmediato alimentos, agua, atención médica, etc.; pero para la reconstrucción integral deberán emplearse cientos de miles de millones de pesos, dirigidos a la construcción de vivienda, del equipamiento urbano, pero sobre todo para la rehabilitación del aparato económico, de las micro, mini y medianas empresas.
Porque los grandes hoteles y cadenas comerciales podrán regresar a la actividad de manera más o menos pronto, siempre y cuando se les garantice, a todos, el establecimiento del estado de derecho en el puerto, algo que ya prácticamente no existía.
Solo como ejemplo ¿Las policías municipales de la zona de Iguala en el momento de la desaparición de los 43 de Ayotzinapa ya no están bajo la égida del crimen organizado?
¿O la de Chilpancingo, la capital?
No, no está tan fácil esa tarea; si va a haber reconstrucción, deberá ser algo nuevo: Que no se construya sobre los cauces de los arroyos y ríos; que las viviendas y edificios sean de materiales capaces de resistir huracanes categoría 2-3; que la rehabilitación de la vida económica de la población contemple la construcción de las áreas comerciales del pequeño comercio, parte esencial de los ingresos de una buena parte de los habitantes.
Pero todo ello deberá hacerse pensando, no en la siguiente elección presidencial, sino en las presentes y futuras generaciones, las que seguirán yendo «por los caminos del sur» a vacacionar en Acapulco.
Porque lo que ocurre -y ocurrirá- en Acapulco es de una enorme trascendencia. No solo puede presentarse una calamidad humanitaria de grandes proporciones, sino, también, una inmensa catástrofe social.
Las necesidades de los damnificados no se satisfacen con cifras como las mencionadas por la titular de Protección Civil, Laura Velázquez, el viernes.
Dijo que se habían preparado ¡66 mil comidas! Y entregado agua en 132 pipas, ¡Todo lo anterior para una población de poco más de un millón de personas!
Si bien no puede desestimarse lo asentado en el «Plan Acapulco«, tampoco eludirse que es totalmente insuficiente para el tamaño de la catástrofe.
La tragedia de Acapulco retratará al gobierno de López Obrador.
Hasta ahora está muy por debajo de ella.
Columna de Plata-APCJ: 2008, 2015, 2017, 2022 y 2023
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