Avasallados, no solamente en la contienda electoral del año pasado, sino también por el peso de los acontecimientos -y el número de ellos- ocurridos en los poco más de 7 meses de la administración encabezada por Javier Corral, los priistas casi desaparecen de la escena política en Chihuahua.
Los ha rescatado -y probablemente no para bien en el corto plazo- la inédita inscripción de dos planillas a la integración del Consejo Político Estatal, una de ellas -la que no está integrada por los personajes más cercanos al ex gobernador César Duarte, aunque sí aparecen en ella algunos que actuaron en ese gobierno en posiciones de privilegio- prácticamente desechada por la dirigencia y, por lo tanto, la otra, la “oficial”, será la única con registro.
De ahí emergerán quienes tengan en sus manos (formalmente) la decisión de elegir a la nueva dirigencia estatal del PRI, en fecha aún por determinar.
Los tiempos, y el tráfago de los acontecimientos, se les han echado encima -para afrontar el año electoral del 2018- y la posposición de la renovación resultará ser uno de los factores negativos más importantes para ello.
Cuenta mucho realizar ese cambio en la dirigencia pero está muy lejos de ser la fórmula que les permita salir con donaire el próximo año; tienen condiciones verdaderamente desventajosas. No haber realizado prontamente un recuento de daños y una muy necesaria operación “cicatriz”, después del 5 de junio pasado, les pesará grandemente.
En mejor castellano. No haber hecho un inmediato deslinde de la influencia y participación de César Duarte en la dirigencia partidaria los llevó a compartir, aún más, el destino político del ex mandatario. Los dirigentes estatales debieron renunciar no bien tuvieron en la mano la certeza de la derrota; intentaron, con chicanadas, recuperar un triunfo que a todas luces habían perdido muchos meses atrás ¿Alguien, en esa dirigencia, o en la nacional, llegó a prefigurarse un escenario, en Chihuahua, en el que los organismos electorales le quitaran el triunfo electoral al PAN y a Javier Corral?
¿Era tanta la desmesura en el anterior grupo gobernante que todavía se atrevieron a desafiar una situación como esa, de profunda polarización política? Y se plantea la polarización sólo porque el mundo oficial -y no todo- estaría enfrentado a la absoluta mayoría de la población.
Bueno, pues tal desapego a la realidad y una inexplicable terquedad por mantenerse en el poder, por lo menos en la dirigencia estatal, los llevará, seguramente, a enfrentar por vez primera, en el nivel de los órganos directivos estatales, a los tribunales electorales de la federación pues la planilla “no oficial” ha anunciado la posibilidad de recurrir a los órganos internos -a lo que están obligados- y de serles contrarios los fallos, a los tribunales electorales.
Todo, porque la dirigencia del PRI nacional no está dispuesta a “tolerar” un proceso democrático en Chihuahua de elección de sus dirigentes estatales, lo en la práctica es un más que espaldarazo al ex gobernador Duarte, a pesar de los dichos del Secretario de Gobernación, Miguel Osorio Chong, en el sentido de que el gobierno de la república “colaborará” en la detención del ballezano.
No pareciera existir la reflexión necesaria en los distintos protagonistas del priismo local; ni en los “oficiales”, ni en los “independientes”, su partido afronta una situación absolutamente inédita.
Nunca, en toda su historia en Chihuahua, habían sufrido una crisis de las dimensiones de la actual, están totalmente desmadejados, sin dirigentes formales que respondan a esos retos; sin tradición de lucha o presencia social pues para los chihuahuenses el PRI es un partido ajeno a las principales preocupaciones de la mayoría:
Los agremiados a su principal central sindical sufren el peor de los niveles salariales del país; sus dirigentes son parte de los responsables del desastre del transporte urbano; los campesinos no tienen organización que los represente pues la CNC hace rato que es un cadáver; no existen en la lucha de los derechos humanos; hace rato que sus dirigentes no están en las luchas populares, no estuvieron en el gasolinazo, no encabezan movilizaciones en contra de los incrementos a los derechos vehiculares, ni en las tarifas del transporte; sus organizaciones no encabezan la lucha en contra del dumping generado por el TLC; tampoco en el rescate del agua agrícola, no defienden a los migrantes ni a los trabajadores agrícolas.
Los dirigentes sindicales de las empresas en que laboran más de 400 mil chihuahuenses son parte del exclusivo grupo de propietarios de los transportes -auténticos yonques- en que los trasladan a las plantas maquiladoras.
Más aún, no hay una sola dirigente priista que destaque en la lucha contra los feminicidios in crescendo en Chihuahua y, ¡horror al crimen! tampoco en las luchas por los derechos de los homosexuales que son, a fin de cuentas, una parte de las luchas por los derechos de la “tercera generación”, que son los realizados en contra de cualquier tipo de discriminación.
Tampoco están en la lucha por la preservación del medio ambiente.
¿En dónde están, pues, los priistas?
Estaban en los puestos de gobierno; el currículum de la inmensa mayoría de quienes hoy aparecen como los más destacados de ese partido contempla, prácticamente, sólo experiencia en alguna posición administrativa en los gobiernos de Chihuahua, de 1998 a la fecha, una larga estancia en el poder de casi 20 años ininterrumpidos, cortados abruptamente por la más grande oleada de repudio a un gobierno y un partido que los chihuahuenses hayamos vivido en los últimos 70 años.
Y si tal ocurriera en la entidad, tendrían sobradas razones para pensar en una rápida recuperación, su problema es que tal estado de cosas es nacional, con variaciones, pero generalizado y para muestra ahí está lo ocurrido, no el año pasado, no, en el presente con el proceso electoral del Estado de México.
Puede ganar el priista Alfredo del Mazo, porque la maquinaria oficial es inmensamente poderosa, particularmente ahí, pero una derrota a manos de Morena y su candidata Delfina Gómez no sería sorpresa, y menos a partir del emplazamiento de López Obrador al PRD, PT y Movimiento Ciudadano, a sumarse a los candidatos de Morena en las entidades en las que hay elecciones este año, de lo contrario, les advirtió, en 2018, “iremos solos”.
Aun si no fuera así, el hecho de que Morena obtenga la tercera parte de la votación en EdoMex, cosa que ya hizo en Veracruz y que retenga casi la mitad de los votos en la Ciudad de México -es decir, las tres entidades con los padrones electorales más grandes- apunta a que puede sobrevenir un triunfo del tabasqueño a la presidencia de la república, y ese sería el logro mayor de la elección mexiquense.
En ese entorno actuaría el PRI chihuahuense el año próximo. No se ve que pueda repuntar en posiciones electorales aquí, mucho menos obtener la mayoría de diputaciones federales, como en 2015.
El pronóstico es particularmente negativo para ellos, pueden irse al tercer lugar en la elección de presidente y senadores y quedarse en el segundo con las federales, en todos los casos frente al PAN y en las dos primeras, después de PAN y Morena.
En las elecciones locales no se avizora que puedan rescatar alguna alcaldía de las mayores. Todo dependerá del modo en que actúe el grupo gobernante en Juárez para la definición de las diputaciones locales y, por tanto, de la mayoría en el Congreso local, pero en cualquier escenario no sería el PRI el que aparezca como la fuerza hegemónica.
Y si pierden la presidencia de México, si no ganan alcaldías importantes y no obtienen más allá de 5-6 diputaciones locales, enfrentarán el 2021 en plena desventaja, no aparecerían como favoritos para recuperar la gubernatura, posición que disputarían, si López Obrador ganara la presidencia, Morena y el PAN.
Es decir, el desastre generado por César Duarte llevaría a que el PRI estuviera en condiciones de disputar nuevamente el gobierno de Chihuahua ¡En 2027!
De ese tamaño es el daño sufrido por el otrora hegemónico y omnipotente Partido Revolucionario Institucional.
Antes no servía para el análisis comparar resultados de elecciones federales con las locales pues las primeras arrastran al electorado y hacen que se comporte de acuerdo al interés de la disputa presidencial, pero a partir del 2018, con el empate de unas y otras, será válido anotar que el PRI, entre 2010 y 2016 perdió 200 mil votos, que el PAN pasó de 400 mil al medio millón, pero que López Obrador obtuvo en Chihuahua casi 310 mil votos, cantidad que se antoja será superada el próximo año. Debe anotarse que los candidatos a diputados y senadores de la izquierda obtuvieron 200 mil votos.
Con esos números, si continúa el desplome del PRI, es muy probable que la mayoría de esos votos no se vayan al PAN, y que una parte de los “desilusionados” con el blanquiazul no se regresen al PRI, es decir, que esos dos grupos de electores buscarían una segunda opción y la más probable sería Morena. Así que los 300 mil y los que sume en 2018 podrían llevar a que la izquierda de Chihuahua disputara seriamente la hegemonía.
¡Vaya sorpresas! Y todo por la obra de Duarte.
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