Chihuahua, Chih.
¿Quién no recuerda la ocasión en que López Obrador, en su primeriza actuación como candidato presidencial, le gritó a Vicente Fox -en aquel entonces Presidente de México- cuando criticó su proyecto populista? Diversos analistas políticos coincidieron en que el candidato presidencial del PRD era “un hombre que no respeta la opinión de los demás y el peligro de ser un sensor de la libre expresión”.
El grito de “cállate chachalaca”, versión 2018, fue dirigido al escritor Mario Vargas Llosa, premio Nobel de Literatura 2010 y duro crítico del populismo mundial: “es muy buen escritor, pero de política no sabe nada”.
El ‘pecado’ de Vargas Llosa fue decir que López Obrador era el representante de “una democracia populista y demagógica, con recetas absolutamente fracasadas en el mundo entero”. Y no solo eso, aventuró la advertencia de que “votar por López Obrador sería un suicidio, un grave retroceso para la democracia mexicana”.
Hoy en día, en su calidad de Presidente electo, la intolerancia hacia la crítica sigue presente no solo en el discurso de López Obrador, sino que además, en las declaraciones de varios de sus colaboradores, cuyo eco se extiende -de manera automática- a los miles de ‘chairos digitales’.
Ejemplos abundan: El más reciente, el “ya chole”, por las críticas hacia el Tren Maya; y agréguele usted las palabras “fifí”, “conservador”, “señoritingo”, “canallín”, “espurio” y “mafiosillo”. Expresiones que, según Juan Carlos Servín Morales, son algunos de tantos descalificativos (inmerecidos) que le pueden endilgar a quien se atreva a disentir y/o criticar las declaraciones de AMLO.
“En lugar de responder con argumentos, el presidente electo prefiere la diatriba, los lugares comunes o las muletillas. Sofismas, falacias y ocurrencias que inevitablemente llevan a dudar sobre las capacidades y el talante de la próxima administración y su cabeza… AMLO parece eternizar la campaña y el tono confrontacional de la misma en menoscabo de su nueva investidura”.
Al respecto, Soledad Loaeza comenta que “cuando los griegos tipificaron los sistemas políticos: democracia, demagogia, oligarquía, jamás pensaron en que algún día surgiría la opción del gobierno de los más chistosos: la bufocracia. Nosotros tampoco”.
Para esta escritora, “las expresiones populares y la burla de los adversarios es cada vez más frecuente en el discurso de López Obrador… que considera que el único lenguaje político que le es accesible es el de la carpa de los años 30’, el de Palillo y el Panzón Panseco, cuyo ingenio francamente es irrepetible”.
Desde años atrás, he sido insistente en señalar que los políticos mexicanos deberían de expresar sus ideas a través del ‘albur’; es decir, mediante el juego de palabras en las que sea aceptable agredir e insultar al contrario y, a la vez, resulte gracioso para todos nosotros.
Para Carlos Monsiváis, los albures forman parte de la cultura mexicana, pero también son “un respiradero verbal de los reprimidos sexuales”. Durante el sexenio de López Obrador, sin duda alguna, habrán de resurgir casi de manera espontánea, agrupaciones como la PUP y la PIP. Porque muchos de nosotros tendremos que recurrir a los albures, para contrarrestar el odio visceral de los chairos.
Para Servín Morales, “los otros son el enemigo a vencer, no el adversario con el que se deba convivir, dialogar y construir, cuyo pensamiento debe ser combatido pues es ‘ilegítimo’, contrario a los intereses del ‘pueblo bueno y sabio’. Quizás se vale en campaña, pero ya siendo gobierno (“electo” aunque casi de facto), se trata de una actitud que denota fanatismo… El ataque en sustitución del diálogo pues”.
A mi parecer, con total independencia de las evidentes bondades de la “4T”, resulta urgente que López Obrador cambie de actitud y sea más tolerante ante sus críticos. Su modo personal de gobernar es, para muchos analistas políticos, el advenimiento de un nuevo régimen de partido hegemónico.
Algo así, como la nueva ‘República Pri-Morosa’.